sustainable coffee
La autora Alexa White entrevista a un campesino (or "una campesina" if the person depicted is a woman/femme-identifying person) en las Montañas Azules jamaiquinas después de hacer un recorrido por su finca. (Crédito: Alexa White)

Opinión: El sistema global de alimentos le está fallando a los campesinos – así podemos arreglarlo

Tal vez no necesitamos café jamaiquino en pleno invierno estadounidense.

La abracé mientras lloraba sobre mi camiseta a la vez que mi colega de laboratorio corría a través del campo de café para traer pañuelos.

Estabamos en una granja cafetera a 7,500 pies (2.286 metros) sobre el nivel del mar en medio de las Montañas Azules de Jamaica. Antes de derrumbarse, la mujer nos hablaba de su vida como agricultora. El llanto fue una constante a lo largo de mis entrevistas en Jamaica. Los campesinos me contaron cómo los precios de los fertilizantes se habían disparado tras la invasión de Ucrania, el mayor exportador de fertilizantes del mundo, lo que hizo virtualmente imposible comprar este insumo. También escuché historias sobre cómo las carreteras y caminos rurales abandonados hacían imposible mantener los vehículos en buen estado. Sin embargo, durante esta entrevista, esta mujer fue una de las pocas que nos contó sobre un problema económico más local: los campesinos no tienen control sobre el precio de sus cultivos en el mercado, pues son las grandes corporaciones quienes los fijan. Nos explicó cómo, para poder hacer suficiente dinero para ganarse la vida, los campesinos necesitan costosos fertilizantes y pesticidas.

Las compañías de agroquímicos se han gastado miles de millones de dólares asegurando que las granjas industriales puedan mantener cosechas todo el año – para que los granos de café de un árbol sembrado en la comunidad de Portland Parish, en medio de las Montañas Azules jamaiquinas, pueda llegar a las manos de un comprador en Estados Unidos incluso si estamos en febrero. La mano de obra de los pequeños agricultores no está calculada en los rendimientos de estas empresas, por lo que las personas que cultivan esos granos de café terminan llorando en el hombro de cualquiera que les escuche.

Este ensayo también está disponible en inglés

El sistema global de alimentos está roto. Hemos visto ejemplos de ello en el último año: la producción de trigo en Rusia disminuyó tras la invasión rusa a Ucrania; el gobernador de Hawai’i quiere cultivar más comida en las islas porque estudios recientes han demostrado que si el estado se viera golpeado por un desastre ambiental, solo estaría abastecido por tres días, pues depende de importaciones para sobrevivir. Mientras tanto, la agricultura industrial emite un tercio de los gases de efecto invernadero a nivel mundial. El ejemplo más grande de lo roto que está el sistema es que los pequeños agricultores, quienes producen más del 70% de los alimentos que comemos, suelen ser las poblaciones con más individuos sufriendo de malnutrición y viviendo en la absoluta miseria.

Si los humanos queremos soportar los desastres climáticos actuales y venideros, nuestro sistema alimentario necesita cambiar. Llegó la hora de alejarnos de la agricultura industrial. Tenemos que producir nuestros alimentos de forma que devolvamos el poder a quienes los producen, distribuyen y consumen, para que puedan cambiar y diseñar los mecanismos y políticas que rigen la producción y distribución de alimentos.

Como consumidor, tienes el poder de cambiar lo que ocurre con tus alimentos antes de que lleguen a tu plato o tu taza, integrando en tu estilo de vida diario una relación con los agricultores y la tierra que te rodea.

¿Cómo ha cambiado la agricultura a lo largo de la historia? 

La autora Alexa White entrevista a un campesino en las Montañas Azules de Jamaica. 

Crédito: Alexa White

La mujer jamaiquina que entrevisté en las Montañas Azules me recordó a mi propia historia con la agricultura. Mis abuelos fueron aparceros en el sur de los Estados Unidos durante la era de Jim Crow. A lo largo de mi vida, me explicaron que se veían forzados a producir cultivos que los blancos – quienes eran dueños de la tierra que mis abuelos cultivaban – querían vender en los mercados y, como resultado, mi familia tenía poco o nulo control sobre lo que comían o cuánto dinero hacían. Millones de afroamericanos solo eran engranajes de lo que en el mundo académico conocemos como el régimen alimentario de la agricultura industrial.

Un regimen alimentario es, en palabras sencillas, la forma en que se produce la comida en una sociedad durante un periodo de tiempo específico. Por ejemplo, entre 1870 y 1914, los cultivos, frutos y vegetales tropicales como el azúcar eran enviados desde las colonias hacia Europa, en donde estaba creciendo una nueva clase industrial. Esa época es conocida como el regimen alimentario colonial. A medida que nos acercamos a 1945, los países industrializados, también conocidos como el Norte Global, presionaron a las antiguas colonias (el Sur Global) para que se industrializaran, inyectando en sus campos cultivos como el trigo, maíz o la soya y los pesticidas necesarios para que crecieran bajo los estandares de la industria y la tecnología agrícola, como los tractores. Esto nos condujo al regimen alimentario actual: la agricultura se caracteriza por el uso excesivo de fertilizantes, enormes extensiones de un mismo cultivo llamados monocultivos y, más importante, el uso de pesticidas. Es la era del regimen alimentario corporativo.

Jamaica es un ejemplo perfecto de este regimen. La tercera isla más grande de las Antillas Mayores, Jamaica tiene 14 provincias, 13 de las cuales producen café. Las altas montañas que atraviesan el paisaje del archipiélago caribeño infusionan un sabor terroso y herbal a los granos de café jamaiquinos. Debido a la limitada capacidad de producción y la alta demanda, este café es además significativamente más costoso y es vendido a nivel internacional por mega corporaciones.

En Jamaica y otros lugares, este regimen alimentario tiene un enorme costo ambiental: desde la contaminación del agua, hasta brotes de enfermedades y exposición a los pesticidas, pasando por la exacerbación del cambio climático. Los cultivos industriales requieren fertilizantes, pesticidas, insecticidas y otros materiales intensivos para matar a todos los organismos que puedan tocar nuestros alimentos. La producción cárnica requiere deforestar grandes extensiones de tierra y toda la vida vegetal que alguna vez estuvo absorbiendo CO2 de la atmósfera circundante es reemplazada por ganado. Como resultado, un tercio de las emisiones de carbono planetarias vienen de la agricultura.

¿Qué piensan los campesinos sobre la agricultura industrial? 

Después del llanto, la mujer que entrevisté tenía mucho que decir sobre el sistema alimentario en Jamaica. Y no era la única. Cuando me senté a conversar con campesinos de todas las edades a lo largo y ancho de las Montañas Azules para entender las decisiones que habían tomado y dónde se veían a sí mismos en el panorama global del sistema de alimentos, me di cuenta de que los lazos que unían a muchos de ellos con la agricultura se remontaban varias generaciones. Me dijeron que preferían que pequeños comerciantes locales comprarán sus cosechas, pues los trataban mejor que las grandes corporaciones. El señor Brown, un cafetero con 40 años de experiencia, dijo sobre un pequeño comerciante con el que trabaja, “es un campesino como nosotros, y sabe lo beneficioso que es, así que nos paga más de lo que nos pagarían otros que vienen a comprar, ¿sabes?”

Caminando con ellos por sus granjas, vi que los cultivos que crecían junto al café no eran alimentos que se llevarían a casa para comer, sino alimentos que necesitaban vender para exportar. Ni siquiera ese tipo de diversificación les dejaba suficiente dinero. La mayoría de las compañías, dirigidas en gran parte por hombres que no son jamaiquinos, solo están interesadas en comparles café. Incluso si estas empresas les compran los demás cultivos, les pagan un cantidad irrisoria comparado con lo que ganan al vender el café en los mercados internacionales. Teniendo en cuenta el precio en aumento de los fertilizantes, abono y otros productos necesarios para producir suficiente café para satisfacer a estas compañías, los campesinos no sobrevivirán ni un año, me dijeron. La señora Crew, una campesina de tercera generación, me explicó que “nos la están poniendo difícil, por eso digo que quizá sea eso lo que va a empujar a los pequeños agricultores a abandonar el negocio”. Los campesinos están en un limbo, ya que necesitan producir alimentos suficientes para venderlos a las empresas que controlan el mercado, lo que les obliga a utilizar insumos caros que les permitan obtener el rendimiento de los cultivos que exigen esas empresas compradoras. Así, los márgenes de ganancia son pequeños, y los agricultores luchan por llevar suficiente comida a su mesa.

Como resultado de este regimen injusto, la mitad de las personas malnutridas en el mundo (unos 407 millones de personas), el 75% de las infancias desnutridas en África y la mayoría de quienes viven en la pobreza absoluta son pequeños agricultores. Esto significa que quienes viven en las cerca de 500 millones de pequeñas parcelas en este planeta no se benefician de los aportes que hacen a la seguridad alimentaria del mundo.

¿Qué podemos hacer para ayudar a los pequeños agricultores y combatir el hambre? 

Por años, los círculos que estudian el desarrollo sostenible han debatido sobre cómo cambiar el sistema agrícola es una tarea urgente si la humanidad quiere tener un futuro habitable. Se ha enfatizado en que las pequeñas fincas y parcelas aumenten su producción para “alimentar a la creciente población mundial”. Aun así, estas pequeñas granjas ya producen suficiente comida para alimentar al planeta. Así que las iniciativas internacionales que buscan combatir el hambre deben incluir las perspectivas y la participación de los campesinos.

Para alejarnos de la agricultura industrial debemos abrazar los ideales del movimiento de la soberanía alimentaria, un movimiento que aboga por un sistema alimentario en el que las personas que producen, distribuyen y consumen los alimentos son además quienes controlan los mecanismos y políticas de la producción y distribución de la comida. Contrasta con el actual regimen alimetario corporativo, pues en este son las empresas y las instituciones financieras quienes controlan el sistema alimentario global. La soberanía alimentaria requiere que repensemos nuestra relación con los alimentos. Nos invita a reconocer, por ejemplo, lo antinatural que es esperar tomar una taza de café Blue Mountain de Jamaica en una fría mañana de febrero. Una buena forma de empezar a desarrollar una relación más íntima con la comida puede ser consumir alimentos de cooperativas alimentarias cercanas o de sistemas comunitarios agrícolas, que en Estados Unidos se pueden encontrar en sitios web como Local Harvest o Co-op Directory. Comprar alimentos de granjas cuyos dueños son personas negras, indígenas o pertenecientes a otras minorías étnicas ayuda a redistribuir la riqueza entre los pequeños agricultores.

El alimento es un asunto ambiental con el que nos encontramos cada día de nuestra vida, pero como sociedad internacional hemos optado por ignorar a las personas que contribuyen a que los alimentos lleguen a nuestra mesa y no hacemos nada para acabar con los sistemas opresivos que las empobrecen. Debe producirse un cambio importante en el funcionamiento de nuestros sistemas alimentarios. Esto puede empezar contigo.

Este ensayo ha sido elaborado gracias a la beca Agents of Change in Environmental Justice. Agents of Change capacita a líderes emergentes de entornos históricamente excluidos de la ciencia y el mundo académico que reimaginan soluciones para un planeta justo y saludable.

About the author(s):

Alexa White
Alexa White
Alexa White is a Ph.D. candidate in the Department of Ecology and Evolutionary Biology at the University of Michigan and the co-founder and executive director of the AYA Research Institute.

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